Indalesia
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Indalesia

Por tu boca de cien años

volaban los fantasmas a su modo:

los brujos y las brujas

salían de sus claustros,

los encantados nombraban sus conjuros,

como en un consistorio penitente.

 

Tu silla, madera vieja como tu,

usando la pared para apoyarse.

Tu cuerpo, viejo como ella,

se recostaba solicito

haciendo de sostén o de palanca,

juntos, en cada tarde que pasaba.

 

Por tu boca de cien años

encontrábamos el por que

de las visitas de las brujas,

trucadas en pájaros negros

por la noche, oteando nuestras vidas,

y pidiéndonos sal por la mañana,

sólo para saber si eran reconocidas.

 

Creyentes o creídos,

los hechiceros hacían sus hechizos.

La cartomancia de la magia negra

o de la magia blanca

adivinaban futuros predispuestos.

 

La negritud de ritos, con sus danzas,

las indigenas curas de males existentes,

todo sale en la magia

de tus carnosos labios.

Paso a paso del cuento, sonríes al espanto

reflejado en los ojos de los rostros silentes

que te están escuchando.

 

Indalesia:

ronca y cansada voz que hacía

navegar nuestras mentes.

 

Cada tarde, después de las tareas,

veníamos a ti, para encontrarte.

Tu sonrisa nos daba siempre la bienvenida

y te lanzabas, mansa, a tus muchas historias

trajinando los nombres que sólo tu sabías:

de hojas con sus poderes, de animales,

de entuertos, de sustancias,

de los arcaicos nombres de los santos

con nombres disfrazados para el rito,

de brujas malas que hacían magia negra

y brujas buenas que hacían magia blanca.

 

Habían risas y sustos

jugando en nuestras caras

de semi adolescentes atrapados,

mirándote, sintiéndote,

al filo de las frases.

 

Indalesia:

alma vecina al frente

de nuestra vieja casa.

Llegue hoy a tu casa

o lo que queda de ella:

una que otra pared,

algunas tejas que olvidaron

su sitio hace ya tiempo,

un techo que hace aguas

o hace cielos,

donde existe.

 

Tu patio, podrido entre sus frutos,

hace una rebelión con sus recuerdos.

Le nacen por doquier ramas y ramas

todas ellas distintas y traviesas.

 

Las cerezas, guayabas,

hicacos, mandarinas

se amarran, al descuido,

monte y más monte,

cual cálidas bufandas.

 

Vigilante dejadez y añoranza,

ecos de viejos cuentos

cubiertos de nostalgias.

 

Indalesia:

¿Estarás todavía, en la otra vida

contando tus historias a los angeles

que quieran acercarse a tu silueta?

 

Si es así:

¿En qué silla te sientas a narrarlas?

¿En qué pared reclinas tu silueta?

Un comentario

  1. Lidice Rodriguez

    Me.encanta esta biografía de Indalesia. Bendito Dios que supo ponerte la musa en su recuerdo! Es grato constatar que efectivamente prima tu lóbulo derecho del cerebro está lleno de poesía. Dios te bendiga!

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