Puedo decir las cosas
como a mi me parezca,
entregar los regalos
que sin fecha de entrega,
me pida el sentimiento
que lo ofrezca.
Marchar con rumbo fijo
y hasta sin rumbo fijo
si quisiera.
Entregarme a un hacer
sin hacer nada.
Callarme o reclamar
cada derecho.
Decirte o no decirte
las cosas que parezcan
de buen gusto o mal gusto
sin pedirte
ni siquiera permiso.
Tomar al fin
mis propias decisiones,
sin que lucieran
tus propias decisiones,
según el hilvanar
de las propuestas.
Cantar, huir, pensar
en tiempos silenciosos,
cuando toda la bulla
se ha marchado de fiesta.
Negarte esa visita
que desearas,
o llegarme hasta ti
sin previo aviso.
Machacar mis costumbres
e imponerlas,
a mi propio mandato,
aunque nadie las cumpla
en desacato,
de cualquier norma
que de mi saliera.
Ya estoy vieja.
En ese mientras tanto,
todos fueron creciendo
sin que me diera cuenta.
En fin,
ya estoy vieja
y me da por pensar
en tantas cosas,
que no tengo deseos
de despertar y hacerlas.
Ahora que no poseo
mi voluntad de hierro,
fortaleza sin mengua,
no me provoca nada
que huela a enfrentamiento,
a lucha o a protesta.
Doy apacibles: si,
a todas las propuestas
y me rio de la vida,
que va quitando todo
menos el buen humor,
la picardia,
la potestad de ser
la misma quinceañera,
que soñando escribía
los versos que nacieran
de su amor y su rima
y, entre actos,
liba por fin la paz
de ya estar vieja,
sonriéndole a la vida
sin tener las respuestas…