Vale soñar en místicos parajes
diseñados de luz
para alegrarnos.
Ver la diafanidad
de las aguas cruzando
llevando sin oleadas
los azules y blancos.
Distinguir los detalles
fortuitos, cuando cruzan
las mil alas inquietas
de las inquietas aves.
Sentir como la tarde
se marcha en el naufragio
de nuestras propias horas,
pérdidas sin reclamos.
Vale pensar en nada
que nos lleve al cnsancio.
Vale soñar volando
a nuestro propio espacio.
Y, desde allí cruzar
nuestras propias quimeras
soñando que soñamos…