Caminando su senda
a toda hora,
va la madre en su marcha
conversando.
¡Ah potestad bendita
la que añoran
los pasos que se van
resquebrajando!
Va hilando los detalles
de la vispera.
De tanto caminar
sus pies descalzos,
calzan las amarguras
de la acera.
Su niña va con ella
en los traspasos,
respirando miserias
que le llegan.
Hay una luna triste
que las sigue,
desde una noche triste
que se entrega.
Madre e hija se van,
pidiendo solo,
la ultima limosna
que les brinde
un poco de comer
o de soñar
para el descanso.
Van juntas la amargura
y la tristeza,
y la calle también
luce tristísima.
Ensalmados los ecos
de sus vientres,
por el misero pan
que ya mastican,
van las lágrimas juntas,
repitiendo ese
¡gracias a Dios!
que no declina.
En un lugar,
acaso presumiendo:
propio, seguro, limpio,
se acuestan dos miserias
aguardando
al nuevo sol
que a todos resucita.
¡Tanto clamor
andando taciturno,
sin maldecir vejámenes,
tristísimo!
¡Caminan dos deidades
nuestras vidas
y no queremos ver
que ellas existen!