Una Mañana En Higuerote
Una Mañana En Higuerote

Una Mañana En Higuerote

Poco a poco, la brisa

se fue haciendo más cálida.

La playa entera estaba

recubierta de algas.

El niño había llegado,

como cada manana,

con su pequeño anzuelo,

su pote y su carnada.

Con las ganas de siempre

de cumplir la jornada.

 

El sol, como jugando,

hizo un haz de clarines

tornando en azul claro

los grises de la noche

y los fugaces blancos

en multiplicidad de formas

y extensiones.

 

Pequeños animales,

corriendo en la resaca

duplicaban sus huellas

y artimañas

para estar más a salvo

adentro de sus casas,

ya fuera en las arenas

o en sus pulidas conchas:

tornasolados recipientes

con una vida inquieta

entre sus arcas.

 

La espera

se fue haciendo

eternamente larga.

En el aire, las aves,

lanzándose en picada,

cuando la mar estaba

tranquila y vislumbraban

zigzagueantes cardúmenes

moverse bajo la luz

de quietas marejadas,

engullían sus víctimas

y hablaban.

 

Aun asi:

no picaba el anzuelo,

no picaba,

a pesar de la espera

y la carnada.

Una que otre gaviota

miraba alguna ola

y la cortaba.

El niño, mientras tanto,

con su espera angustiada

miraba hacia su pote:

¡y allí no había nada!

Los peces no quisieron

comer de su carnada

o ya no tenían hambre

o fueron a otras playas.

 

El niño me miró

como queriendo hablarme

pero ya se habían ido,

inquietas como estaban,

toditas las palabras.

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