En la curtiembre
de la propia piel,
el sol delega
su potestad sin sombras
y, uniéndose al desfile
de la luz, que no opaca,
hay sin embargo sombras
para cubrir la andanza.
Y no es la luz posible
la que humilla y se marcha.
Es ese deber ser
de las cosas que olvidas
en sigilosa estancia.
A veces sin recuerdos,
a veces sin miradas.
Son las brillantes horas
con la puerta cerrada
las que evitamos siempre
pasar, para encontrarlos
a través de azulejos
y ventanas que narran
una y otra vendimia
con luces de tristezas
en el cuerpo y el alma.
No son sólo los ojos
los que evitan mirarla,
es la tristeza toda
que emerge sin barreras
desde tu propia estampa
y hace caminos largos
sin tonos de esperanza.
Sólo los grises tristes
de solitarias marchas.
Sólo esperar el día
que llegue sin mañana…