Todo fue sumergirme,
todo fue desprenderme,
todo fue claudicar
y encasillarme.
Todo fue un querer
ya no quererme.
Todo fue culpa mía,
mi desastre.
Todo fue no fundir
mis girasoles
con otro pleamar
que tus herrumbres.
Tan poco a poco
enhiesta,
castigando,
mi tonto proceder
me fui callando,
mientras tu amarre
más y más cercaba
la otrora libertad
que mantenía.
Y me fui deshaciendo
de mi misma,
en esta entrega a plazos,
que no extingue.
Todo fue culpa tuya.
Todo fue culpa mía.
Fue la culpa de ambos,
recostada en la orilla.