Surgieron,
si,
en la oscurana.
En su propio ramaje
agazapados.
No esperaba la víctima
el ataque.
No esperaba la madre
la traición.
Mientras,
las mentes niñas abrigaban
sus sueños en rosarios
de todos los colores
en sus manos.
No era noche de brujas.
Era sólo el descanso
idealizado,
durmiéndose en las camas
guarnecidas
de amor y de anidados.
Pero llegó el asalto.
De repente,
los silencios cayeron
asustados.
Un corre y corre
con la noche a cuestas.
El monte brindó al padre
sus cuidados respaldos.
Esa persecución de ideas.
Desamparo.
Los niños ya no sueñan
sus sueños del principio.
Suenan guerras y caos.
En medio de sus gritos,
ayer la voz del padre
aquietando de lejos
sus almas en conflicto.
No entienden, pero viven
la paz del sacrificio,
redimiendo mil veces
la angustia en el hallazgo,
tan siempre prometido.