Sobre la crin de la Luna,
viene a horcajadas la noche.
No tiene silla ni bridas,
pero hace gala y derroche
de una prisa, como nunca
tuvo la luna hasta entonces.
Paso sobre mi balcón,
yo la vi tras la montaña.
Le pedí que no viniera,
que esperara hasta mañana:
no quería ver las horas
por no matar mi esperanza.
Pero la Luna que viene
y la ilusión que me pasa,
lobregandose en mis sueños,
doblegando la tardanza,
haciendo que fueran pozos
en vez de cielo, mis ansias.
La Luna se puso altiva,
cuando mirándome el rostro,
ya no le importo mi pena,
ni la mía, ni la de otros.
Y me dijo, tranquilita,
disimulando su enojo:
«tu ya no esperes que el tiempo
se detenga ante tus cuitas
o te destierre el trasnocho,
y vete a dormir en paz
que nadie arregla despierto
aquello que, sin arreglo,
así mismo ha de quedar».
Porque lo que es tuyo, es tuyo
y lo que no, ¿qué más da?