Sin nisiquiera saberlo,
supusiste
que yo era todo lo que tu querías.
Sin nisiquiera saberlo,
yo supuse,
que yo era todo lo que tu querías.
Así, sin objeciones,
nos juntamos y fuimos,
dándole a la vida,
un criterio tan humano,
tan correcto:
ser buenos padres,
eficientes obreros,
excelentes parientes,
grandes amigos, exquisitos huéspedes,
(tan exquisitos, amor
que fue posible
venir a visitarnos
y no desear marcharse)
nos quedamos también,
pensando en disyuntiva:
si seguir exquisitos
o ser maleducados.
Supusimos también
que si tus necesidades
humanas y divinas
iban por buen camino,
sustentadas aún
en el cansancio mismo,
todo estaría bien,
todo sería tranquilo.
Supusimos, casi todas las cosas…
Y con sólo suponer,
perdimos
la audacia de preguntar.
Honradamente:
cómo le va la vida al que se sienta
como todos los días a la mesa,
y luego de eructar
y cepillar los dientes,
se nos larga a la cama
a ver televisión,
o a perderse
en una mejor obra,
como para desintoxicarse
y ser paciente,
mientras la rabia,
por dentro, crece y crece,
porque no puede volar
tan a sus anchas,
porque su vida toda
es un gran disparate
de estrecheces,
porque lo llama el alba
y ya no puede,
abrir los brazos y volar…
Hasta perderse.