Pura melancolía
meciéndose en las ramas,
dormida hace poco.
Las hojas, en maromas,
se apilan en la orilla
buscando su salida,
de la acera a las aguas,
hasta la mar lejana.
Todo es viajar de luces,
entre blancos y azules,
perpetuando en la tarde
esa misma tristeza
que se cuela en el aire.
El frío, conjugando
su entrada y su salida,
hace recuar las olas
pequeñitas del río
y lo ayuda la brisa.
Está esperando pasos
la calzada vacía
mientras tomo mi abrigo
y, a pesar de mi misma,
me voy, hacia la marcha
que manda el día a día.
Desde el río, las voces
en austeros comandos:
son los botes, los remos,
en igual armonía,
las esperanzas urgiendo,
mientras las ondas juegan
a alcanzar los resueltos
comandos, que a lo lejos,
van colmando el momento,
y las olas que nacen
del encuentro furtivo
tienen también la prisa
de los momentos gratos
y los momentos idos…
Como si fuera poco,
las aves, aplaudiendo,
arriba, allá en las ramas
de cada árbol, urgiendo
los cantos sin premisas,
cuando la tarde marcha,
detrás de aquellos techos
que ahora se divisan…
Es otro día de magia
entre el cielo y el río,
entre el canto y las ansias
de abandonar el nido…