Fehacientemente protegida.
Heredera de un cosmos
trashumante.
Perdida en la quietud
que da la Diana,
cuando en su bosque
esculpe los pesares
en la piel de los árboles,
o en las lajas delgadas
de las primeras piedras
que duermen en la playa.
Así busca el destierro,
que la inclina
a pedri voluntades
de algún género
y, perdida y fugaz,
como declara,
le da por no pensar
en los quehaceres
que alguna vez tramara
en las montañas.
Ella es la luna,
triste y trashumante,
en sus primeros pasos por la playa…
esperando canciones que le digan
del amor, siempre fiel,
que nunca acaba…