Yo no vengo de donde,
intrínseca la noche,
se vuelca en los efluvios
de la melancolía.
Ni de donde las largas
horas de la penumbra
se cobijan de insomnios,
inspirando cadencias
a la melancolía.
Ni de donde se esfuman
las aves en un vuelo
hacia otras esferas,
para trucar las luces
opacadas del día.
Yo vengo de estar siempre
frente a los horizontes
con un sol que relincha,
una luna que brilla,
un estrellado cielo
que canta a la vigilia
de un verso hondo y alegre,
de una risa en cadencia
con el calor del día.
Por eso es que no se
por qué se esconde siempre
una parte de mi,
hacia ingratos caminos,
y me gusta estar triste,
así, sin más motivos,
que escribir versos tristes
para mi propio abrigo.
Y este lugar que niega,
el lugar que he vivido,
le sirve a mi propósito
como al dedo, un anillo.