Por el camino,
cercano a nuestro rio,
un perro magro y triste
me saluda,
rozando con la suya
mi osamenta.
Me mira de reojo
con su mirada triste.
La mia, triste también,
le envía mis saludos.
Ambos,
por el camino,
somos dos penas juntas
dentro de un paraíso.
Merodeamos lo mismo,
sin encontrar respuestas,
respirando la misma
generosa natura.
El viene de regreso
no se de cuantas penas
y el no sabe de cuantas
vengo yo de regreso.
Nuestras sombras se adhieren
acuñando unos pasos
inseguros y tristes,
solitarios, vencidos.
El sabe de infortunios,
yo se de realidades.
El no encuentra sosiego,
yo no encuentro la senda
donde olvidar mis miedos.
El camina y no sabe
a dónde se dirige.
Yo dirijo mis pasos
sabiendo que me espera
al final del camino.
Yo adivino su ruta,
y el sigue sin saber
de algún modo la mía.
Se aparta, me da paso
bordeando las raíces
de un legendario árbol.
Yo soslayo mirarle
dentro del desamparo
que separa dos penas
tras la sombra de un árbol.