No glorias, no premios,
solo quiero a alguien
leyendo mis versos,
y, al quedarse mudo,
vuelva a releerlos
con ojos intensos,
como comprendiendo
las verdades viejas
que vengo diciendo.
Las mismas que a mi
me fueron nutriendo
y desparramandose
en intensos ecos,
buscan los contactos
nobles, semejantes,
puros, verdaderos,
en tantos pesares,
tantos sentimientos
hermanados siempre,
brindando consuelos
a mi voz que anda
descorriendo velos.
No gloria, no premios,
solo la certeza
de sentirte oído
cuando vas diciendo
en labios ajenos
las tontas palabras
que forman tus versos.
No gloria, no premios
solo el parpadeo
de sentirte unido
en el mismo eco,
y un suspiro leve
mecido en el tiempo
de un final de estrofa
o de un nuevo verso.