Neva, y en un instante,
todo se pone blanco:
los techos, los jardines,
los árboles, la acera
y los que van paseando.
Las pequeñas hojuelas
van cayendo y girando
sobre el río que marcha
sin hacer ningún cambio
en su marcha tranquila
sobre su lecho largo.
Y las aves, trinando,
pasan de rama en rama,
a diferente árbol,
hasta encontrar reposo
y dormir, por un rato.
El sauce, con sus trenzas,
juguetea con el río,
dando paso a las horas,
a la nieve y al viento
que pasan jugueteando.
Y, como si pudiera
todo pintar de blanco,
la nieve va mostrando
su mismo rol de antaño:
luciendo glamorosa
y con cuidado, pintando.
El río, que navega
con sus mismos dictados,
sigue su ronda libre,
y ayuda al viento haciendo
su mejor espectáculo.
Mientras, los cisnes danzan,
los pajaros, cantando,
saludan, como siempre,
a su sol, añorando:
ese que siempre muestra
su alegría brillando,
aunque las nubes dancen
tratando de eclipsarlo.