Navegando en el viento, las palabras,
ascendieron tu muro de infinitos.
Hubo un ocaso diáfano.
en las alas, un trepidar feliz
para el encuentro
frente al muro de piedras,
sin escritos.
Llegamos sin oírnos;
con los breves susurros.
Nos vimos, nos inventamos,
todos los cuentos de la tierra
que quedaron sellados
para no ser oídos jamás.
Alguna vez, tal vez,
para nosotros mismos.
Caminamos entonces,
retando a nuestra piel.
Más tarde nos unimos.
agazapados después,
en cada nimbo
que quisimos descubrir o dibujamos
en el cielo profundo
de nuestro propio espacio
o en nuestras propias sienes
para luego reírnos de ser celestes nubes,
o, acaso, agrestes ángeles,
a pesar de las culpas y pecados
que intentamos superar, aún,
sin conseguirlo..
Poco a poco,
nos fuimos enquistando,
pulsando la epidermis
con todas las caricias,
que no vacían las manos
que te nombran,
en cada recorrer
de la vigilia.
Y volamos tan alto,
que es difícil creer
que fueran tan arriba
estas ansias de hurgar.
De modelarnos.
De inventarnos, al fin,
sin más fronteras,
que tu prisa y mi prisa
galopando.
Pero tu muro,
ya dije, tiene piedras
y mis vuelos, amor,
van sin arraigos
eché a volar entonces,
para luego cubrirte
entre mis sombras,
quizá, sin reparar
que eran tan mías,
que se quedó tu muro
tan estoico,
y se quedó mi vuelo,
tan sin ruta.
Tu sin poder mover
las piedras que te apoyan
sujetando tu piso,
yo sin poder plegar
las alas,
siempre en vuelo,
de inquieta mariposa
sin cobijo…