Yo tuve un río cercano,
transparente,
que iba orlando colores
brillantes en las piedras.
Chocando unas con otras,
marcaba sinfonías
tremendistas, añejas,
tras corretear cantando
sus sendas enquistadas
de árboles y malezas.
Un río que, ya anciano,
arrulla juveniles
amores y batallas,
mientras el sol lo alumbra
y la luna lo ensalma.
Ahora tengo un río
marrón oscuro el lecho
y, se me ocurre, serio.
Yo recorro su senda
cargadita de historias,
de cuentos y leyendas,
mirando un sol que alumbra
los grises de la espera,
cuando las aves vagan
hilvanando los días
de un esplendor de hierbas
y los sauces llorones
pobladores de quejas,
mecen los largos brazos
en sus orillas viejas.