Maremoto
Maremoto

Maremoto

Bramó furioso

el monstruo de las olas,

sobre la superficie

del paisaje.

Vuelos altísimos

rugiendo tras la espuma

en un desolador viraje

de árboles y maderas

de raíces y tejas

que sembraban

la devastada integridad

de siembras y viviendas.

 

En todas sus piruetas

le acompañaban nubes

con una oscuridad que consentía

ver mirar las mil crines

de potros que salían

de la vasta deidad,

en estampida.

 

Todo fue un corre y corre

de pies y manos, viendo,

perder las pertenencias

cuando ese mar bravío,

derribando las puertas

arrasaba con todo

a su presencia.

Gritos, susurros,

palabras convertidas

en mandato u oración,

según la prédica.

 

Las camas, hamacándose,

en el agua

nos hacían creer

visiones planetarias

de un mundo inconsecuente

bajo el agua,

y rezábamos juntos,

a hurtadillas,

subidos hasta el techo,

o hasta el muro más alto

de la casa.

 

Temprano, en la mañana,

tres pequeños traviesos

dirigían al mar

sus improperios,

pueriles amenazas,

poniéndole la raya

Del «no pasas»,

«pobre tonto, no pasas»,

y el mar siempre llegaba,

dejándonos borrada la amenaza…

 

Poco a poco,

las olas increscendo

vieron la angustia

de los ojos tiernos,

corriendo hasta el abrigo

de la casa

y trancar, asustados,

con palos y ladrillos

la amplia puerta

que daba hacia la playa,

y el mar,

en su gran furia,

destrozara.

 

Desde ese día,

hasta hoy,

ya siendo vieja,

me persigno ante el mar,

estando afuera

y camino rezando

que la gracia de Dios,

omnipotente,

me permita ese baño que deseo

en sus aguas azules,

bien calmadas,

tranquilito y sin olas

que lo enciendan…

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