En la copa, donde el vino
resplandece ahora,
una gota pequeña
se desliza
con un brillo de estrella.
Miro a mi Redentor,
crucificado,
y veo su tristeza
dentro de ella.
Allí, en su centro
los colores parecen
más dolores que nunca.
Y el sudario, sangrando,
explotando en mil gotas,
nos clama el desarraigo.
Ahora son millones
de gotas de rocío
reclamando la sangre
que siempre se ha perdido.
¿Por qué morir de héroes,
¿de patriotas?, ¿de dignos?
¿Por qué la copa llena
de lágrimas y tristezas
por sueños diferidos?