Gritos desde las nubes
llorando la inclemencia
de no ver, por las tardes,
como todos los días,
las ignotas siluetas ya perdidas.
Gritos desde las cumbres
más altas de los cerros
que desdibujan sueños
en estelas que cruzan.
Gritos desde los árboles
clamando la presencia
de pretéritas lides.
Gritos donde las gotas
caen tan sutilmente
que no puedes oírlas,
pero van horadando
los cimientos.
Gritos desde la tierra
abriendo vertederos,
doliéndose de ausencias
por los que ya murieron,
aunque sigan viviendo
en los recuerdos.
Gritos desde las sombras
que cernidas de cuerpos
se alargan pronunciando
oscuras soledades
y desvelos.
Gritos para amarrarnos
desde la propia atmósfera
dividida en sonetos
que obligan a cantar
las antiguas contiendas.
Gritos como naciendo
cada aurora que encima
la silueta del cerro
a la ciudad futura.
Gritos para burlarme
del sabor de estar sola
en un eterno eco
que repite los nombres
eternos,
y nos muestra
lo fiero del camino
donde todo te aguarda
para cerrarte puertas.
Gritos, entonces,
gritos para una terquedad
que no espera respuestas,
gritos para girar
elevando consignas y propuestas,
gritos y gritos
elevando verdades y banderas.
Gritos para sangrar
vertiendo las palabras
más justas del Planeta.