Hay silencio de estío
entre las ramas.
En las aguas,
el viento mece
su soledad sin cantos.
El calor se avecina
escalvizando gestos
y abanicos.
Abajo,
donde niegan a abrirse
las compuertas,
se detienen las barcas
suspirando.
Y más allá,
las algas siempre verdes
lavan su cabellera
en el clarín del agua
bamboleando las ganas
de marcharse
sin querer separarse
mientras danzan,
la misma dulce danza
de las viejas riberas.