Ese río no sabe
la causa de mis cuitas,
ni interviene en la simple
conversación que esgrima
de mi noche tan larga,
de mi mañana urgiendo
las numerosas citas
con mis viejos cuadernos,
guardianes de mis cuitas,
con, ese yo, en el medio
que siempre me encarcela
en ese siempre añejo
retrato de la vida:
el que no deja rastros
tras la tristeza íntima.
Me ve y sigue su paso,
como quien tiene prisa,
y no quiere enfrentarse
con la triste sonrisa,
que, a pesar de mi esfuerzo,
se dibuja clarísima
en la faz de sus aguas
¡reflejando mi herida!
Y sin querer saberlo,
tomo mi mundo grita.
Ese río no sabe
¡las causas de mis cuitas!