Es bueno, después de todo,
no tener dirección, ni labrar sendas,
que el viento venga y vaya,
y a su modo,
te lleve a ti también,
sin timones, ni brújulas, ni agendas.
Bueno, por si acaso falla
la natural dicción de las palabras,
mandar adioses entre ventoleras,
que no tengan destino
y que no hieran.
Bueno, vivir
sin propósitos serios,
ir y venir,
sin propósitos fijos.
Mostrar la dirección fugaz
de los cocuyos
y mirar nada más
la propia sombra.
Bueno vivir así,
sin disimulos,
llevándote del mundo
sus banderas
y alguna vez anclar
ante tu propia playa.
Sin quimeras ni adioses
que te hieran.
Bueno llegar al fin
de madrugada,
de nuestro propio viaje
inerte y apacible,
cuando solo al silencio
lo supere
el sopor que nos venga
de la muerte.
Mientras tanto:
pensamiento y acción
se han reprimido,
las algas hacen huellas
en tus pies taciturnos,
y tu sonrisa vaga
sintiendo
como el mundo
se puede ir sin ti,
sin que te duela.