En mi orilla
ya nunca pasa nada
mas que una pequeña
ola que navega
y regresa a morir
en la amplia ensenada.
Yo miro como llega
cansada de sus viajes
sobre antiguas mareas
y se queda en silencio
cuando la brisa llega
como quien se repiensa
una nueva estrategia.
Asumiendo distancias
y legando sus penas
a ese cantar que nunca
trasciende la ribera
resignada a su quieta
perpetuidad certera.
En mi orilla,
mecen los altos sauces,
sus larguísimas trenzas,
bailoteando en las aguas
con las luces primeras.
Y hay un cordón de nubes
bordeando la floresta
y la brisa que llega
trae noticias nuevas
desde donde la lluvia
baila haciendo su fiesta.
En mi orilla,
ya nunca pasa nada
¡que distraiga la siesta!