En ese deber ser
que no te dice nada,
se quedan las palabras
oscuras, olvidadas,
languideciendo a ultranza
de una norma aplicada,
que no tiene más peso
que en tus labios, callada.
Y es siempre hurgando mundos
cuando no se encuentra nada
que pueda deslazarte
de la comedia humana
y así se queda todo,
lo que no importa nada.
Prendida está la esfera
con tus furtivas lágrimas
y lloras, porque nunca
pudiste soslayarla.
Siempre inventando mundos
que laten, cual si nada
reconociera normas,
o atuendos o guirnaldas.
Y en ese «deber ser»
que no te dice nada,
se apaga toda luz,
el quebranto del alma.
Mientras la aurora crece
y el sol plena la casa,
y hay pájaros trinando
entre las viejas ramas
y el río, trajinando,
te mira cual si nada
le importara tu musa,
tu presencia o tu lágrima.
Mientras se opaca el cielo,
las nubes se preparan
a una lluvia gloriosa
sobre la mismas aguas.
Y ya no ves, así sigues,
somnolienta por tu fragua,
de formar tantos versos
como te pida el alma.