En el hondo letargo
de la noche
junté mi sombra
a la tuya,
alargando,
cada mano sesgada
se fue izando
y fue un aplauso mudo
ante la luz del alba.
Callabas tu después
yo callo todavía.
Tu rabia,
en in crescendo
diluía
mi ya opaca ansiedad
en la penumbra
ese escozor, ese tedio,
ese ¿por qué?
ya no hilaban
la misma melodía
tan cansina
y mis hombros
se alzaban
despidiendo
los últimos vestigios
de mi pena.
Me vi desfallecer
callada, etérea,
inmensamente compartida
y reprimida.
¡Otra mañana
a mi,
tan disipándose,
tan diluyéndose,
tan nada,
después de la noctámbula
vigilia!