Nada Fue Tan Sereno
Nada Fue Tan Sereno

Nada Fue Tan Sereno

Nada fue tan sereno

como ver tu silueta

regresando del viaje.

mirar tus ojos gratos

entusiasmar mi tarde.

Recostarte en la sombra 

del limonero grande, 

donde las guacharacas 

reclaman bulliciosas

el cansancio de mi viaje;

con su canto sin treguas 

y sus vuelos de alardes.

 

Nada fue tan sereno 

como tu risa buena 

cuando dejabas libre 

la cabeza repleta 

de fantasía y cansancios, 

y halagabas las rosas

de la madre, en el patio.

Y mirabas con gusto 

cómo crecían los plátanos

en repletos racimos 

madurando despacio.

 

Y el patio, todo el patio, 

tenían esos aromas 

de las frutas maduras 

deliciosas al gusto 

con el dulzor que el sol 

brindaba con sus rayos.

 

Nada fue tan sereno 

como tu voz tranquila 

contando travesías 

o imaginando cantos, 

sonriéndole a tu musa 

o callando y mirando 

la sonrisa en los rostros 

de tus niños, al lado.

 

Nada fue tan sereno

como el momento diáfano

oyendo tus canciones 

más allá de los campos,

más allá de la tarde,

más allá de los techos,

midiendo tus cantares

con el alma brindando 

esos tiernos mensajes

que entregaba tu canto.

 

Y nada fue tan mío

que ese momento justo

sintiéndote en mí.

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