El sol pasa
en ese pasar siempre
de las cosas sencillas
que no admiran a nadie,
que no evocan victorias.
Sencillamente pasa,
sin penas y sin glorias,
pero siempre en su ruta,
siempre la misma historia
que pervive en la tierra,
en los viejos lugares,
en las viejas memorias.
El sol pasa
y devuelve el brillo
que tenía la tierra
con diligente luz
logrando acariciar
el brote de la vida,
la placidez del agua,
la piel de cada especie,
la quietud de sentirme
tan unido a la tierra
y al ancho mar de siempre,
como unido a la zafra
de las flores y frutos,
de las risas y mieses.
El se mira en el río
con su melena larga,
posándose en lo alto,
sin saber por qué pasa.
Cuando se va perdiendo
arriba, tras los cerros
en la tarde que muere,
sonriéndole callada,
el sol pasa, mirando,
sin alardear de nada
que suponga sentirse
el creador de la magia.