Una vez dijo el agua dulce:
– Me voy hasta los mares.
– ¿porque te vas, qué buscas?
Preguntaron los árboles
que sombreaban su lecho.
– Busco nuevos parajes,
que le traigan más emoción
y canto a mis raudales.
Y el río, prodigioso,
fue bajando colinas y montañas
y selvas tropicales, hasta llegar, ruidoso,
al final de su viaje.
Allí conoció al mar,
y en un instante se entrego a el,
amo inconmensurable.
Y su búsqueda, al fin,
quedó frustrada, diluida, truncada,
por el salobre encanto que lo ahogaba.
Siendo tan diferentes,
salobre mar y dulce río se entregaron
sin medir la mixtura de su abrazo.
El río, le dio su placidez al mar
y en sus recodos de río enamorado,
perdió la placidez que había soñado.
Perdió toda emoción,
mas sin embargo,
sigue su canto diario canturreando.