Después de aquellas fuertes marejadas,
aquel tumulto de olas con su furia,
aquel chocar voraz de voluntades,
aquel rugido fuerte de avalanchas,
nuestro mar despejó en días tranquilos,
su insaciable marisma de metrallas.
Después de amar y amar sin que supiéramos
enlazar lo que somos, lo que fuimos,
comenzar a ser uno y respetarnos
en la individual premisa de ser ese
distinto ser al que estamos enlazados.
Llegarnos al acuerdo de estar juntos.
Después de romper moldes y etiquetas,
venciendo casi todos los obstáculos,
nos medimos cada tarde, al encontrarnos
en la mirada buena de quien narra
una conquista propia, concebida
por los demás habitantes de la casa.
Después de tercas y absurdas lejanías,
el amor terminó con la porfía
de construir un muro en nuestra senda.
Hay paz en el hogar, que nadie escucha.
Cada habitante divisó su senda
y salió a caminar propios caminos.
Después de tanto alarde,
solos tú y yo,
midiéndonos la pena
de tanto tiempo muerto
en el combate.