Con un ramo en la mano,
te recibo,
contra una media sombra
de pesares,
en tanto, embajadoras
tropicales,
ráfagas de la brisa
me acompañan
en anhelos alegres
de alas que alborotan
mirándote despacio
y sin deseos.
Siempre te vas de mi
sin avisarme
que dependiendo
de tu orgullo herido,
en la ausencia que pasa
va el olvido
de lo que pude hacer
para inquietarte
y sin prisas me voy
tras de tu ausencia
adueñándome de todas
tus verdades.
Vienes sumiso a mi
cuando la tarde
se reclina ante el dueño
de la noche
y quejándose va
el día que muere
detrás de mi muralla
de reproches.
Yo me siento a escucharte
y a escucharme
en esos avatares
del consuelo
que no me puedes dar
y que no puedo
brindarle a la aridez
de tus enojos,
cuando la helada paz
que dan mis ojos,
redeclaran por siempre
guerra a muerte.
No me olvido de ti
porque no puedo,
porque tejiste en mi
toda una alfombra
de esperanzas y olvidos
que te nombran,
cada vez que te vas
y no te has ido.
Estoy aquí esperando,
como siempre
te veo llegar
callado, grave.
Debe ser la costumbre
de esperarte
con más amor que pena
cuando llegas,
y más pena que amor
cuando me dejas
con esta incertidumbre
de esperarte.