De mi propio letargo,
vuelvo a salir,
como el que se despierta
después de haber oído
las sutiles respuestas
que las estrellas dan
a mis tontas premisas.
Cura de un mal
que siempre me sacude
en un salir y entrar
de cualquier nube
sobre el espejo de agua
que la aumenta.
De mis propios letargos,
y en mi agenda,
me da por sacudir
cualquier prebenda
que augura el sentimiento,
si la nombra,
cuando recesa el mal
que siempre asombra.
Yo y mis pocas prebendas,
yo y mis gritos.
Yo la excesiva norma:
viejos credos,
que acumulan angustias
si me quedo
en esa somnolencia
que me ronda.