De aquella mansedumbre
que surgía,
unos días después
de la contienda
acallando rumores
en mi mar bravío,
depositando en aras de la paz
todas mis prendas.
Ya no me queda nada,
más que la estoica compuerta
de bisagras aisladas,
que no puedes abrir.
Está cerrada
a todos los clamores
que lo intentan.
Por algo pasan
años y más años
uniéndose a tu fe
y a tu corteza.
Que la sed
que yo tuve
ya la sacie contigo
y la sed
que te queda
parece ya no ser
de mi incumbencia.