Cuando te fuiste,
hermano,
estabas claudicando
a la sonrisa buena
de todos tus hermanos,
a la gentil mirada
de la madre,
al olor inspirador
de la cocina,
que nos colmaba el hambre,
a las tertulias agradables
en la mesa,
a la amante cercana
que, inocente,
planeaba su futuro
junto al tuyo.
Claudicaste, además
ante el acto académico
que te haría doctor
para la patria,
lo cual era tu anhelo,
porque ya tu mirada
sirvió de medicina
para los muchos casos
que atendiste en el pueblo.
¿Se puede claudicar
a tantas cosas?
¡Si!
Me respondió tu alma.
Me obligué yo,
a responder por todos
porque ese todo,
es Patria,
y muchos, como yo
caerán en la batalla
pero;
¡que grande honor
para el que quiere
la patria libre y grande
del mañana!
Por eso, cuando mueres,
cuando viví tu muerte,
no me puse a llorar,
pensé en tu orgullo
cuando diste a la tierra
tu abrazo vigoroso,
un himno,
muy callado
me fue subiendo,
de pronto,
me puse a caminar
por la ciudad,
mientras cantaba
el himno del terruño
que aprendimos
en la escuela primaria.
Y fue allí,
en la calle,
donde vi a los soldados
iban de comisión
seguramente
el convoy y su gente,
una sola oración
quise gritar,
escupir.
Me les quedé mirando
como mira una fiera,
herida,
al contrincante
fue la mirada tierna
de un soldado,
distinta a las demás;
inteligente, buena,
su mano puso fin
a los requiebros tontos
de otros que me miraban
y reían.
Yo lo miré
y me dijo,
también con la mirada:
– «espera niña, espera
no será este el día,
pero espera el mañana
tu hermano ya florece
en tantos sitios
desde la tumba que está
en alguna parte
y no puedes hallar
piensa que está abrazando
a Venezuela entera
ese cálido abrazo
a nuestra tierra
verá parir sus flores y sus frutos
en cada calle,
cada pueblo,
cada ciudad
de este hermoso país
que nos cobija
verás amanecer más humanas
más nítidas miradas
en quien manda
y sentirás
tu propio pecho floreciendo
y alargaras la voz
para cantarle,
no el himno de tu pueblo,
el himno grave,
el que cantamos todos
cuando el momento es grande».