¿Cómo?
¿Cómo?

¿Cómo?

¿Cómo pudiste tú,

tan quedamente,

tan apaciblemente

enraizarte en mi ser

sin subterfugios?

 

¿Cómo he podido yo,

tan indulgentemente,

dejarte estar en mí,

sin más preámbulos

que la dulce mirada

que me enviabas,

el temblor de tus labios,

la caricia curiosa

de tus manos,

la dulce desazón

que entró en mi cuerpo

y ese azul, tan azul,

cubriéndonos a ambos?

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