Calma, siempre la calma,
adormecen las ondas,
sobre el tranquilo río,
el sol más huidizo
se marcha hacia otros sitios,
el viento le acompaña,
como hiciera al principio,
y las nubes le siguen,
sin cantar, silenciosas,
sin trazos presumidos.
Una sábana blanca, blanca
se va cerniendo ahora
la cúpula celeste luce blanca,
las aves hacen giros
y se cruzan
hasta las ramas desnudas
dejan los árboles, arriba,
arriba miles y miles de pájaros
pequeños lanzándose
a otro sitio que le sirva de abrigo
en otras latitudes.
Y no sé como logran,
esas alas pequeñas,
llegar a su destino.
Un invierno te nombra
para que le abras paso.
Y tu cierras tu cuerpo
al frío, que en ventisca,
te acelera la prisa
de sentirte encerrado.
De vez en cuando
un caminante
acelerando el paso
va guiando a su perro,
caminos en desacato
de su propio deseo
de estar bien resguardado
del frío y de los vientos.
Al lado del calor
que ya respiran
chimeneas y luces,
abrigos y bufandas,
te caliente, comidas,
medias gruesas, zapatos,
tan cómodos y suaves
que te cuidan los pasos
de un frío que amenaza
tu cuerpo sin resguardo.
Y tú te tiendes cómodo,
sonrisa largo a largo,
en tu sillón mullido,
tu libro y tus pecados.