Calladita,
con tus grandes
e inteligentes ojos,
llegaste a nuestra casa.
Tempranito.
Me esquivaste los brazos
que querían,
conocer y abrazar
tu cuerpecito.
Hablas poco,
pero interrogas mucho.
Pides mucho también,
en el intento,
logrado por tu parte,
de que entendamos
tu enredado palabreo
de niña inglesa y criolla,
al mismo tiempo.
Eres hermosa, si.
Tu me recuerdas
unos ojos que me hablan
de mi propia presencia.
Algo que nos separa
y nos acerca,
hurgando en el espacio
de las cosas más viejas.
Algo sembrado en ti
para que me recuerden,
cuando yo me haya ido
o me encuentre muy lejos.