Allá en mi mar,
sin límite de auroras,
cuando la pubertad
aún no había vencido
a la pequeña niña
con sus trenzas, sus dibujos,
su candidez, sus cuentos
y sus libros.
Un tomo rojo de la Enciclopedia
que le habla del arte
de lejanos destinos,
acurrucado siempre en sus rodillas,
frente al mar
sentada sobre un tronco
ya vencido,
le daba por pensar en los caminos
que llegaban al arte.
En su osadía
la niña que soñaba
grandiosos viajes predestinados
a sus días,
pensaba cuántas millas
por navegar habría
desde su tronco seco, tan cerca del hogar,
hasta esas viejas maravillas.
50 años más tarde
3 bluejeans, 6 blusas, 2 sweaters,
2 pares de zapatos, 1 chaqueta
y todos los enseres por demás necesarios,
tomó todo el dinero proveniente
de 25 años de servicio,
un pasaje de Caracas a Londres,
regalo de su hijo,
la férrea voluntad de cruzar
vislumbrados caminos,
empujando a sus espaldas
un morral quinceañero,
hizo verdad su sueño.
Julio Verne ya no era fantasía,
miles de aviones cruzaban los espacios…
Europa me esperaba,
yo le habia esperado desde siempre,
2 meses en sus trenes
con mi morral al hombro y mi sorpresa.
A mi lado,
una buena chilena
amiga de explorar toda la tierra,
si pudiera.