Extendida en el cerro, la mañana,
con su leve albornoz,
crespón y brisa,
trajo un concepto nuevo a las espigas
de cómo engalanarse para el día.
Porque es domingo y muchos caminantes
las mirarán erguidas,
susurrándole al viento
la virtud de estar vivas,
cuando vayan subiendo hacia la cima.
Las nubes, poco a poco,
van cubriendo los bordes de las crestas,
en un juego febril de ir compartiendo
las brillantes alturas,
que van, una tras otra oscureciendo
cuando la suave gasa las ondula.
Nimbos, a un costado del paisaje,
se le fueron formando
al huidizo viento que viene,
tras sus breves recesos,
y saluda.
Nada impide el feliz
despertar de los ojos
ante la nueva cita
que te asombra,
alzándose en los cantos impetuosos
de insectos y de aves
que te nombran.
Las voces y los llantos
de vida nueva lanzan,
también al aire como hacemos todos,
las primeras palabras y protestas.
Y un olor a café
trae la respuesta
que la noche fue urdiendo
contra el hambre.
Es domingo
y mantienes la calma
para poder pensarte
en el requiebro interior
de escribir para encontrarte,
otra vez,
en el perdido sendero que vislumbras
mientras el día avanza
sin encontrar tus huellas…