Ahora que te has vuelto
la mayor y mejor de todas tus promesas.
que sabes ya luchar y agradecerlo
mientras el premio aguarda
y se te entrega.
Ahora que, ya de mi,
no estás necesitando las consejas;
que los caminos se abren
solo para que pases,
y tus pasos resuenan
seguros y precisos en la calle
siguiendo tus quimeras.
Ahora que aprendiste
el trabajo constante de ser madre,
cuando el propio dolor y la fatiga
no tienen importancia ante el desastre
de los niños llorando sus querellas,
o pidiendo tu ayuda en las tareas,
o tratando de agrietar las normas
que has dispuesto para que todo marche
lo mejor que pudiera,
cuando tu estás en casa,
o trabajas afuera.
Ahora que ya puedes resumirme
en un solo vocablo
cómo puedes sentirte
al final de las diarias estrategias.
Ahora que el dinero es importante
porque soporta todos tus balances
con las deudas pendientes que tuvieras.
Ahora que no se usa el disimulo
solo por no ponernos en presencia
de una lucha fútil, sin consecuencias.
Dando por descartada la evidencia
de que tienes edad para decir verdades
no importa quien las oiga,
o a quien hieras.
¡Total! el mundo es tuyo
y afinas tu presencia.
Ahora que me luces más humana,
en el sentido especial
de lo que ya has vivido,
me puedes explicar:
¿cómo te ha ido?
¿cómo te sientes, hoy,
en los zapatos
de esa madre que ayer
no comprendías?
Si me dices:
«Mamita, te comprendo»
Yo te diré:
hijita, esas mismas palabras
se las dije a mi madre
cuando me presentó las evidencias.
Pasan de madre a hija
«esos vicios»,
que no vencemos
aunque estemos viejas…