A veces,
la muerte se empeña en cobijarte,
a veces,
la espera te avasalla,
a veces,
el olvido pretende un olvidarte,
pero no lo consigue.
A veces,
de la tierra no emanan los quejidos
que antes te acompañan,
y te callas.
A veces,
el tambor no requiebra en sus sonidos,
o acompaña
esa marcha triunfal que se envanece
en la conquista eterna, originaria
de la patria de todos.
A veces,
el clamor de multitudes
queda callado, mudo,
mustio en su propio espacio
y languidece
como una lengua seca.
Y no dice la tele
lo que vimos.
Y no dice la radio
lo que oímos.
Y no dice el periódico
la noticia que hilvanan
los sentidos,
nuestro quehacer de siempre.
A veces,
sólo a veces,
se nos calla por dentro
la ansiedad que sentimos
pero luego,
amanece,
amanece por dentro y de raíces
y la muerte,
casi descolocada,
te convoca a una misa,
con la oración del pueblo,
tu sales
de tu tumba florecido,
en cada mano de hombre,
de mujer o de niño
luce una flor silvestre
pueblerina
cantándole al domingo
y a la vida,
creciendo en los ramajes
de la nueva conciencia ciudadana
la justicia se hermana, entonces
el olvido se convierte en más voces
que avanzan, que se expanden
comienza entonces a surgir,
de todas partes,
ideales sembrados
hace siglos
y esa siembra de luchas
escribe su estandarte;
con voz de madre herida,
de suelo envilecido
y anhelante:
“ven a luchar por mi,
conmigo”
y tú apuras el paso
para no llegar tarde.