A mi cabellera larga
le puse luceros claros.
Cuando abrí nuestras ventanas,
volaron como los pájaros.
Los cabellos, azarosos,
cruzaron vastos espacios
con un brillo, que a la luna
le pidió el brillo prestado.
Canturrearon las mil musas
de mil versos olvidados
y se agitaron los gallos
en la madrugada alzados.
Yo supe que de estas coplas
quedó mi cabello izado
como una bandera, ondeando
sobre un potro trasnochado.
A mi cabellera larga
me puse a ponerle lazos.
eran tantos los cabellos
que se enredaron mis brazos
en una rara extensión
de mi espacio entre su espacio.
A mi cabellera larga
le puse hilos de plata
y la luna que venía,
sin calcular las distancias,
quiso también que pusiera
en su faz, hilos de plata.
Los brazos que se extendieron
no pudieron hacer nada
porque la luna no logra
acercarse hasta mi casa.
Yo le abrí de par en par
las puertas y las ventanas,
pero no pude, a la Luna,
ponerle hilos de plata.
Y se me fue contrariando,
la Luna, hasta la mañana.
Yo la vi sobre los montes
aunque el Sol, fuerte brillara.
Yo le mandé una disculpa
en mis cabellos de plata.
Yo no se si me vería,
con mi cabellera larga,
volando en pos de su ruta,
con los hilos como estrellas
sobre los montes de plata.
Ella miró al Sol de oro
y se fue sin decir nada.
Yo, entre tanto, le ponía
a mi cabellera larga
muchos pájaros cantores
que a la Luna le cantaran
pidiéndole así disculpas,
por no poder hacer nada.
Y fue la noche siguiente,
cuando la lluvia ayudara,
poniendo al centro del patio
un gran espejo de alba.
Vi la Luna que llegaba
a mirarse, entre las ramas.
Vi su perfil en el pozo
con mi cabellera larga,
traje los hilos de oro,
traje los hilos de plata,
traje hermosas mariposas
y flores recién cortadas
y allí coroné las trenzas
de la Luna en los cristales
de mi cabellera larga.