Suelto a la mar
mis sogas
rendidas de infortunios.
En mi barca vacía,
los pelícanos hablan
con sus cortos susurros.
El traje gris y blanco
humedecido
por las gotas que vuelan,
se agita con el ansia
de bordear las riberas.
Las olas van y vienen
en el eterno adagio,
de los mitos perdidos.
Atos mis sogas
a mi propia sombra,
tierra y mar el encuentro,
mientras el viento vuela
su rutina del día.
Está calma la mar,
más allá de las velas
incendiadas de luz
mientras la brisa juega,
sigue el rumor eterno
de las olas que llegan
hablándonos de historias
de tierras extranjeras
y es sutil la esperanza
abriendo las compuertas…