Llora el que pudo ser
y nunca quiso ser.
El abandonado
que hizo siempre
cualquier cosa posible
para el propio abandono.
El que juró vendiendo
cualquier cosa vendible,
sin esa pertenencia
de lo propio,
y así acusó a la vida,
de su tiempo perdido
y de su propia ruina.
El que acusó, acusando
a su propio despojo.
El que lloró las lágrimas
para el llanto insincero
y clavó las clavijas
en la espalda del otro.
Se llora la despedida,
con diferentes lágrimas:
la que culpa al culpable,
la que hiere las ansias;
y todo es letanía
de la propia nostalgia.
Culpando a Dios
por no ser lo que debiera
y culpando a la Virgen
por no ofrecer su gracia,
y son siempre
las mismas letanías
y siguen siempre siendo
las desgracias…