Llegar a tierras ancestrales
y cubrirnos del manto
que produce la historia.
Echar a andar pulmones
y encontrar nuevos pasos.
Llegar, con esa búsqueda
que todo trae al caso,
revoloteando alas
y compartiendo lazos.
Llegar hasta esa playa,
dormida en su cansancio
y amanecer, sabiendo
que dormimos llorando
por todos los crepúsculos
que habíamos dejado,
después de tantos sueños,
después de tantos años.
Llegar a nuestra playa,
esa que guarda todos
nuestros mejores lazos
con el cielo y la tarde,
las mareas y el canto
de las aves que vuelan
las olas del regazo.
Amanecer sintiendo
recuperar los años
cubiertos de niñez
que habíamos olvidado
y retornar vertiendo
las oleadas del alma
sobre el instante mágico:
llegar a nuestra playa
con nuestros pies descalzos,
y encontrar, nuevamente,
el mar que tanto amamos…