Esta es la misma casa
que reía de niña,
el patio, el mismo patio
de los ratos felices,
escrutando las hojas
en vendimia de frutos.
Una mueca traviesa
recordando algún mimo,
un sol estrepitoso
de crótalos que brillan.
Sus articulaciones se descosen.
Con reverencia, todos sus ayes suenan.
Casi puedo contar las telarañas
por cada año perdido de su sombra.
Las paredes pronuncian versos tristes
de tanta soledad entre sus costras,
y la humedad, reñida con la brisa,
hace tertulia y rezo en cada viga.
Esta es la casa que cubrió los sueños,
ahora cubriendo olvidos, solitaria.
Ahora, con su ahora clama longevidades
y, a su pesar, callada me sonríe
sintiendo que sonrio y que la observo.
Esta es la casa de la niñez sagrada,
enviando sus mensajes moribundos
a mi pobre adultez resquebrajada.
No seré quien te lleve a nuevas ilusiones,
a pesar del pesar de verte abandonada.
Tu no devolverás mis instantes felices,
a pesar de la angustia reflejada en mi cara.