Me diste todo, surgiendo
entre mis nuevas auroras,
con una nueva ventana
en mi soledad abriendo.
Y así me fuí, enajenando
en mi misma:
el pan y el miedo
para una sola palabra
que, ahora mismo, estoy blandiendo
como el triste relicario
de mi triste desconcierto.
Te quiero, me dices, siempre
y aún te digo te quiero.
Como queriendo borrar
de los jardines del cuerpo
el mal recuerdo de siempre
si me esquivo de tus besos,
logrando un querer andar
hacia cualquier derrotero
que me hace volver,
más tarde,
a entregarme por completo.
Te quiero, me dices siempre,
y sin entender tu credo,
digo: te quiero, también,
¡siempre pegada a tu cuerpo!