Vengo repleta de palabras.
El paseo a lo largo
del cotidiano río,
los árboles, las casas, las flores,
los senderos.
Un cielo ambivalente
hablándote de fríos
y aguaceros,
mientras refleja un sol
que no calienta,
pero te envía rayos
lisonjeros.
Un cúmulo de nimbos
construyendo gigantes
que avanzan sigilosos
por sus propios caminos,
dejando atrás los otros,
blanquísimos, pequeños,
entre un azul clarísimo
que refleja sus rostros
amables en el cielo.
Y más allá,
abriendo en abanico,
Un enjambre de malvas
y violetas,
jugando con el sol
a abandonar el día,
marchándose a otra aurora
o a otra orilla.
El invierno pondrá
su estandarte de grises
y lentamente
llegaran las lluvias.
Entretanto,
pequeñitos insectos
juegan a relatarme
las pequeñas hazañas
de su mundo pequeño.
Pasan para nosotros
los siempre navegantes
barcos nuevos y viejos.
en su batir de remos,
juegan a competir
los botes y remeros.
Los cisnes y los patos,
como en su diario anhelo,
piden con sus idiomas
las migas de pan viejo,
acercándose siempre
que te miran de lejos.
Vengo repleta de palabras,
cada una me dicta
lo que voy escribiendo.
Es que la tarde tiene
su romance de invierno
y no puedo ser yo
la que trunque el destino
de un encuentro tan viejo.