Hoy me dejé llevar
por tantas voces,
que parecía un coro
sobre mi quieta almohada
plenando mis designios y deseos
con un gran abanico de palabras.
Unas tendían presentes
a mis contínuas fallas,
tratando de ocultar
lo que empezaba,
en ese laberinto de promesas
que, a veces, me parece
nunca acaban la zafra.
Hoy, fue ese día triste
que la lluvia clamaba,
cual si fuera una máscara
cubierta con las lágrimas
y las hojas, contentas,
volteaban y jugaban
con una brisa alegre
que golpeaba y golpeaba,
siguiendo el mismo ritmo
de las gotas de agua.
Y yo, que no tengo licencia
para impedir la zafra,
juego a esconderme siempre
en mi mundo de versos
y mi tierra encontrada,
pretendiendo sanar
viejas heridas
que parecen prendidas,
para siempre, ¡en mi espalda!